De EnciclopAtys
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Revisión actual del 21:11 9 ene 2024
Aquí estoy, al final de mi existencia. Todavía soy joven escasos 30 años, pero los últimos pocos años han consumido mi vitalidad. Pronto voy a morir, en paz conmigo mismo y satisfecho con nuestra victoria, porque finalmente los Kitins se han echado para atrás, y los Matis han sido salvados!
Todo comenzó en el 2481. Nuestro poderoso monarca nos dio la orden de secuestrar Trykoth y tomar sus recursos. Finalmente íbamos a enseñar a los rebeldes Tryker una buena lección. En ese tiempo, yo pertenecía a la Compañía Púrpura, y nosotros fuimos enviados a la retaguardia. Cuando estábamos a unas cuantas horas de Trykoth, escuchamos una gran conmoción delante de nosotros. El ronco sonido de alarma de los cuernos de Guerra y el sonido ensordecedor de los tambores indicaban, sin ninguna duda, que la batalla había comenzado. Mi corazón y el de mis compañeros se llenaron de emoción. Pero pronto, nuestros oficiales reales con rostros ojerosos vinieron del frente y ordenaron a la retaguardia formar una línea de batalla inmediatamente. El silencio cayó de nuevo, los tambores y cuernos se detuvieron.... Qué estaba ocurriendo? Acaso los Tryker de las arreglaron para aplastar a nuestro ejército en solo unos minutos?
Antes de haber terminado de formar filas, obtuvimos la respuesta, y por primera vez en la vida, supe lo que era el miedo, el verdadero miedo. Más allá de la línea de las Colinas bajas, apareció de repente una línea roja que bloqueaba el horizonte por completo. Una inundación impetuosa, una masa de enjambre de gigantes y repugnantes criaturas se vino en nuestra dirección. Miles y miles de Kitins arremetieron en contra de nosotros...
Nuestros capitanes gritaron las órdenes. Todos preparados para el impacto. Los hombres armados descargaron una lluvia de flechas sobre los monstruos. Pero nuestros proyectiles rebotaron en sus caparazones! Disparados y heridos en las garras, mandíbulas, lomos en sus caparazones, vi los restos sangrientos de nuestro ejército. El sonido del chasquido de miles de mandíbulas se llevó todo mi valor y mi fuerza. Mis armas cayeron de mis manos. Gritando como un lunático, salí corriendo. Detrás de mi, el primer contacto estaba teniendo lugar. Incluso ahora, todavía escucho los llantos de agonía de mis compañeros y el sonido aplastante de mandíbulas mientras cortaban cabezas, dorsos y pechos...
Corrí por horas, días. Perdí toda la razón. Por días y semanas enteras, vagaba como el único sobreviviente. Escapé, yo un Matis. Abandoné a mis compañeros, mi bandera, mi honor, no era nada. Como un Yubo, viví en el temor, Escondido en los matorrales. El sonido cliqueante de los Kitin me hizo correr y ocultarme, paralizado por la idea de ser cortado en pedazos. Así fue como fui descubierto por un Karavaneer. El me dió un saco lleno de provisiones. Comí de forma glotona. Una vez satisfecho, me entregó una especie de arma. Cuando recuperé mis sentidos, noté a un grupo de Matis que estaban detrás de él decenas y decenas de Matis también armados.
Luego, Disforza habló conmigo. Antes, era un simple miliciano, ahora, era el segundo a cargo de comandar un grupo de luchadores, después del Karavaneer. Los Kitins habían llegado hasta nuestro país... El príncipe, los duques y los capitanes de nuestras compañías más ilustres perecieron como animales en el matadero. Los Matis fueron entregados, indefensos, a los fríos Kitins, sedientos de sangre. Pero una gran parte de la población se salvó por un verdadero milagro. Desde entonces los Karavan unieron sus fuerzas a nuestro lado. Nos proporcionaron armas que podían perforar los caparazones y uniformes que nos hacían invisibles a los ojos de estos monstruos. Casi por todas partes de Atys, los Karavan organizaron pequeños grupos de cacería, cada uno conducido por un explorador Karavaneer. Fue uno de estos grupos el que me descubrió. Su función era la de encontrar sobrevivientes e implacablemente cazar los Kitins. La hora de la venganza había llegado.
Por meses o años, no supe nada más, viví con mis compañeros de Guerra constantemente. La oscuridad de la noche, tormentas, invierno, muerte, desesperación nada pudo detenernos. Kitin por Kitin, cazamos a ésos depredadores sin descanso. La táctica que fue desarrollada por los Karavan fue formidable, aún si, a veces era falible. Cuando se localizaba a una columna de luchadores Kitin, la seguíamos de cerca, formando un gran círculo detrás de este. Nuestras vestimentas nos permitían escapar de los sentidos de nuestra presa. El instinto de estos monstruos los llevó a observar el terreno frente a ellos, y ellos raras veces miran hacia atrás al área que ya han cubierto. De esta forma, a menos que fuéramos torpes, los Kitins nunca notaron nuestra presencia. Para los que fueron torpes, sus vidas fueron cortas. Muchas veces al día, atacamos a los Kitins, saliendo por la retaguardia. En cada ataque murieron uno diez o más monstruos. Y desde entonces quedamos nosotros. Unos cuantos Kitins miraban hacia atrás, buscando un enemigo invisible, y luego comenzaban a marchar otra vez. Así es como, lentamente, nuestros grupos de caza empezaron a reducir a los enjambres Kitins.
Sin embargo, esta Guerra de guerrillas, no ha sido suficiente para conquistar a los grandes enjambres compuestos por miles de Kitins. Los monstruos tenían un punto débi, y los Karavan lo habían descubierto. Los guerreros Kitin eran incapaces de alimentarse por ellos mismos. Los esclavos Kitin tenían que llevarle comida especial y alimentarlos con esta. De vez en cuando, una columna de esclavos Kitin que llevaban la comida eran divisados en el sendero del enjambre. Por lo que establecimos una emboscada para cientos de esclavos muy pobremente escoltados por unos cuantos guerreros. Estos combates fueron los más peligrosos para nosotros todos los Kitins tenían que morir! Nuestras pérdidas fueron muy significativas durante estas batallas. Si lográbamos el éxito interceptando completamente a varias columnas de reabastecimiento, el enjambre terminaría por detenerse mientras forman un gran círculo. Y luego, una tras otro, los Kitins perecerían. Cuántos campos de caparazones vacíos hemos llenado? Ya no sé más.
Una mañana, estábamos mirando al último Kitin de un enjambre morir de hambre en un campo de caparazones, cuando un buque Karavan desembarcó. No estaba trayendo municiones, pero tenía noticias sorprendentes. Este enjambre era el último. Todos los Kitins estaban muertos. La guerra había terminado. Pero adonde iríamos desde aquí? Qué debíamos hacer?
Los Karavaneers ofrecieron traernos a los sobrevivientes a un lugar seguro. Algunos aceptaron, otros se negaron. La muerte de nuestro último enemigo nos dejó sin vida. Fallamos en defender a nuestro pueblo, vivimos para reclamar nuestro honor. Ahora, podríamos unirnos a nuestros hermanos, donde los muertos sueñan pacíficamente en el silencio de la eternidad. Que mis palabras sobrevivan en recuerdo de este tiempo de adversidad y heroísmo...