¿Sabías que las fiestas de Atys se contestan entre sí? Hay conexiones entre Anlor Winn y Atysmas, y una de ellas me la contó no hace mucho una vieja Zoraia demacrada y un poco chiflada. Así que, esta noche, contaré esta historia que está a medio camino entre las dos.
Érase una vez una alinea de Atysmas. Cada Atysmas, se cubría de luces y adornos. El árbol era viejo y había visto pasar muchos anillos.
A su alrededor crecía un maravilloso jardín.
Las rosæ perfumaban el aire, las campanas calentaban el ambiente, los yubos se revolcaban bajo los crolices.
Era un lugar tan bello, tan mágico, que los pocos homins que lo encontraban apreciaban el camino y lo compartían sólo con sus amigos.
Tristemente, una noche en Anlor Winn, empezó a soplar un viento maligno.
Las rosæ se secaron, las flores se marchitaron, los crolices se rompieron, los yubos huyeron.
El goo se asentó, cubriendo la hierba verde.
Del jardín sólo quedó una corteza apagada y marchita.
El tiempo pasó, lleno de cenizas y lágrimas.
Y llegó Atysmas.
Entonces la alinea, en medio de este desierto purpúreo, empezó a iluminarse, como antaño.
En sus ramas, las luciérnagas bailaban, y con fantásticas luces decoraban.
Pero aquel año, nadie la vio.
Año tras año, a pesar de la soledad y la corteza apagada, la alinea, cada Atysmas, volvía a vestirse de colores, sin preocuparse por la ausencia de público.
Entonces, un día, una Wagamiko le encontró.
Como otros de su especie, caminaba por la frontera, a medio camino entre el sueño y la realidad, entre la vida y la muerte, entre la plenitud y el Vacío.
Año tras año regresaba, admirando este extraño árbol, perdido en la desolación, el cual se negaba a olvidar un pasado más brillante.
Un atardecer, cuando los hongos habían limpiado su alma y se sentía dispuesta a comulgar con todo Atys, ella se sentó al pie del árbol.
Y le preguntó:
"¿Por qué estos colores?"
"¿Por qué estas luces?"
La alinea le respondió. Hablándole de los viejos tiempos, de las rosæ, la campana y los yubos.
Le habló de la dulzura de la vida, del amor bajo sus ramas.
"¿Pero por qué?" preguntó Wagamiko, "Todo eso se ha ido. El Vacío, pronto, te envolverá."
"Ningún Vacío puede asentarse donde los recuerdos dan belleza a la vida, exhaló la alinea. Yo recuerdo, y esos recuerdos me llevan a cantar de un mejor tiempo".
"Este momento no volverá, pero da esperanza para otros días felices".
"Como el frío y el goo han llegado, un día las flores y la vida pueden volver."
"Ya no será mi jardín de antaño, pero su recuerdo brilla en mi corazón".
"Quiero seguir celebrándolo, celebrando mi amor por él."
"Y porque lo amé, seguiré celebrando Atysmas por él".
Entonces Wagamiko se dio cuenta de que, con el paso de los años, el espacio alrededor de la hendidura había empezado a cubrirse de hierba de nuevo.
El goo estaba retrocediendo, y entre las raíces de la hendidura crecía una rosæ.