«Sharük[2] se extingue..»
Denatys Deukos, el Maestro Ardiente, observaba a Lykos. Había esperado muchas cosas, pero no esto...
Las noticias que traía eran malas, sin duda: los Merodeadores habían atacado la caravana que llevaba a Pyr los materiales supremos extraídos en el Nexo. Los pocos defensores habían sido derrotados, y los materiales estarían ahora en manos de esos malditos ragus.
Pero sharükos[3] podría haberse enfurecido, pedir las cabezas de los responsables, o incluso la suya propia, exigir un ataque inmediato, pero no...
Parecía que algo se había roto dentro de él. Cuando supo que casi ningún patriota había acudido a la llamada de Daeronn Cegrips, el gran erudito de Fyros, coordinador de las investigaciones en el Nexo, toda la sangre había abandonado su rostro. El parecido con el rostro de su padre en los últimos momentos de enfermedad había impactado al Maestro Ardiente.
«Sharük se extingue..»
Fue sólo un susurro, pero Denatys Deukos se estremeció, como si le hubieran golpeado el corazón. Por unos pocos segundos permaneció un pesado silencio, cargado de dudas y temores, pero el entrenamiento del Maestro Ardiente se impuso.
— «¿Debo convocar al general Icaphotis Dydilus para que reciba sus órdenes, Sharükos?»
— «¿De qué sirve? Las órdenes no cambian. Sigue protegiendo lo que queda.»
Lykos, malhumorado, desapareció en sus aposentos, sin añadir una palabra.
Denatys Deukos se quedó allí, aturdido, dividido entre la desesperación y la rebelión.
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